Saturday, June 16, 2012

Última llamada - Puerta de embarque

Lágrimas salieron de mis ojos. No recuerdo haber llorado así en alguna otra ocasión en los últimos 5 años, de manera incontenible. Las lágrimas caían frente a ella, quien reaccionó abrazándome y tratando de encontrar consuelo en el "si las cosas se tienen que dar, se darán". Vaya consuelo, pero entendí su intención y su manera de decir que todo iba a estar bien.

Charles de Gaulle fue ejemplo de lucha y de resistencia, jamás dándose por vencido ante las adversidades, siendo firme en sus creencias y sus ideales. Durante ambas guerras mundiales siempre fue valiente y no aceptó un flaqueo, una dimisión o venderse ante el enemigo. El aeropuerto que lleva su nombre fue testigo de alguien que hacía todo lo contrario: dejar de luchar. París fue el último eslabón de un ciclo eterno, de una historia que no terminó siquiera allí. Pero fue el cierre. El vuelo estaba por llevársela para siempre y yo, en la puerta de embarque, con lágrimas comprendía lo que no había querido comprender.

El viaje -de improvisto- logró reunirnos en la ciudad del amor, para poner a prueba qué era eso que teníamos ella y yo. Conocíamos la ciudad por separado, así que sólo quedaba recorrerla juntos. Y así lo hicimos. Caminábamos frente al Louvre, comimos frente a la Torre Eiffel, paseábamos por Champs-Élysées: nos encargamos de cumplir todos los clichés de la ciudad.

Caída la fría noche y abrazados frente a la maravillosa Notre-Dame, nos dijimos todas las cosas buenas del otro, lo extraño e incómodo que nos sentíamos al mismo tiempo y la intimidad falsa pero verdadera de una pareja que nunca fue pareja. El Sol del día siguiente nos colocó en los jardines de Luxemburgo a descansar. En esos momentos la conversación llevó a medianos y largos plazos de vida, para la cual por supuesto no teníamos pista alguna, pero llevó a un entendimiento personal de que no íbamos a ningún lado juntos. Y no había voluntad para planificarlo.

Entendí que ya las expectativas no podían ser parte de esta relación. Cada vez el coñazo era más duro, cada vez que no se cumplían. No se podía culpar a ella; yo esperaba más porque idealizaba más. Podré haber pecado de ingenuo, de enamorado, de tonto o de aprovechado, pero el límite - que juraba que jamás iba a llegar- había llegado.

Ese momento, ese nanosegundo en el que mi cerebro logró interpretar una señal inexistente y llevó a la razón a dictar el camino al resto de mi cuerpo y de mi alma, hizo un "click" muy adentro que me llevó a una gran tristeza. Para disimular, un abrazo. Lo que ella no sabía es ése era mi abrazo de despedida, muchas horas antes de la formalidad en la puerta de embarque. Fue en París, en los jardines de Luxemburgo, en un abrazo à midi de un sábado de verano, donde le dije adiós.

Después del largo camino a Charles de Gaulle, sólo quedaba el llamado a embarcar. Habiendo ya mentalizado durante todo el día que era hora de dejarla ir, le comenté que tenía que decirle algo importante.

-"No inventes" - fue lo primero que respondió.
-Bella, escúchame un segundo. Desde el primer momento en que te conocí, no dejé de amarte. Hemos hablado mil veces de todo lo que ha pasado y la discontinuidad que el tiempo y el espacio tramaron contra nosotros. Pero ahora que estamos, que estuvimos, al proyectar al futuro de aquí a 1 o 2 años, vamos a tener caminos separados que estarán cada vez más lejos... y no veo la manera de que eso no pase. Bien sabes que he movido cielo y tierra para intentar estar contigo, he querido ser el que le echaba más bolas, el que dedicaba más esfuerzo; lo tuve claro desde inicios de año. Pero tenemos metas distintas, recorridos que no se cruzan. Y quién va a dejarlo todo por el otro. Creo que casi siempre pensé que yo lo iba a hacer... siempre luchando hasta el final. Pero, lamentablemente, creo que éste es el final.
-"..."
- Te amo y siempre lo he hecho. Me da rabia no pod...
-"Fedee no te pongas así. Si hay algo en lo que creo firmemente es en que si las cosas se van a dar, si tiene que pasar, el destino va a encontrar la manera de ponernos juntos. De verdad."

Mientras me secaba las lágrimas que aparecieron sin ser invitadas, la mujer del mostrador sí invitaba a los pasajeros a abordar. "Me tengo que ir" se juntó con un "buen viaje" y un "si estás en Caracas alguna vez, igual quiero verte" para finalizar la escena, junto a un último sollozo disfrazado de beso. Las puertas de vidrio se abrieron, su pase de embarque fue revisado y el momento, como la relación, como las esperanzas, como la ilusión, se iba. Unas escaleras mecánicas la llevaban hacia arriba, al cielo, a lo inalcanzable, al espacio de las memorias y los recuerdos, mientras yo, pasmado, permanecía apreciando la última mirada. Esa mirada de ojos azules que me cautivó desde el primer día. Subía, subía, subía... Subió. Y ya no estuvo más.

Hora de montarse en otro vuelo; éste -en el que viajé por tantos años esperando alguna vez aterrizar- acababa de cerrar todas sus puertas. 

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