Saturday, June 16, 2012

Última llamada - Puerta de embarque

Lágrimas salieron de mis ojos. No recuerdo haber llorado así en alguna otra ocasión en los últimos 5 años, de manera incontenible. Las lágrimas caían frente a ella, quien reaccionó abrazándome y tratando de encontrar consuelo en el "si las cosas se tienen que dar, se darán". Vaya consuelo, pero entendí su intención y su manera de decir que todo iba a estar bien.

Charles de Gaulle fue ejemplo de lucha y de resistencia, jamás dándose por vencido ante las adversidades, siendo firme en sus creencias y sus ideales. Durante ambas guerras mundiales siempre fue valiente y no aceptó un flaqueo, una dimisión o venderse ante el enemigo. El aeropuerto que lleva su nombre fue testigo de alguien que hacía todo lo contrario: dejar de luchar. París fue el último eslabón de un ciclo eterno, de una historia que no terminó siquiera allí. Pero fue el cierre. El vuelo estaba por llevársela para siempre y yo, en la puerta de embarque, con lágrimas comprendía lo que no había querido comprender.

El viaje -de improvisto- logró reunirnos en la ciudad del amor, para poner a prueba qué era eso que teníamos ella y yo. Conocíamos la ciudad por separado, así que sólo quedaba recorrerla juntos. Y así lo hicimos. Caminábamos frente al Louvre, comimos frente a la Torre Eiffel, paseábamos por Champs-Élysées: nos encargamos de cumplir todos los clichés de la ciudad.

Caída la fría noche y abrazados frente a la maravillosa Notre-Dame, nos dijimos todas las cosas buenas del otro, lo extraño e incómodo que nos sentíamos al mismo tiempo y la intimidad falsa pero verdadera de una pareja que nunca fue pareja. El Sol del día siguiente nos colocó en los jardines de Luxemburgo a descansar. En esos momentos la conversación llevó a medianos y largos plazos de vida, para la cual por supuesto no teníamos pista alguna, pero llevó a un entendimiento personal de que no íbamos a ningún lado juntos. Y no había voluntad para planificarlo.

Entendí que ya las expectativas no podían ser parte de esta relación. Cada vez el coñazo era más duro, cada vez que no se cumplían. No se podía culpar a ella; yo esperaba más porque idealizaba más. Podré haber pecado de ingenuo, de enamorado, de tonto o de aprovechado, pero el límite - que juraba que jamás iba a llegar- había llegado.

Ese momento, ese nanosegundo en el que mi cerebro logró interpretar una señal inexistente y llevó a la razón a dictar el camino al resto de mi cuerpo y de mi alma, hizo un "click" muy adentro que me llevó a una gran tristeza. Para disimular, un abrazo. Lo que ella no sabía es ése era mi abrazo de despedida, muchas horas antes de la formalidad en la puerta de embarque. Fue en París, en los jardines de Luxemburgo, en un abrazo à midi de un sábado de verano, donde le dije adiós.

Después del largo camino a Charles de Gaulle, sólo quedaba el llamado a embarcar. Habiendo ya mentalizado durante todo el día que era hora de dejarla ir, le comenté que tenía que decirle algo importante.

-"No inventes" - fue lo primero que respondió.
-Bella, escúchame un segundo. Desde el primer momento en que te conocí, no dejé de amarte. Hemos hablado mil veces de todo lo que ha pasado y la discontinuidad que el tiempo y el espacio tramaron contra nosotros. Pero ahora que estamos, que estuvimos, al proyectar al futuro de aquí a 1 o 2 años, vamos a tener caminos separados que estarán cada vez más lejos... y no veo la manera de que eso no pase. Bien sabes que he movido cielo y tierra para intentar estar contigo, he querido ser el que le echaba más bolas, el que dedicaba más esfuerzo; lo tuve claro desde inicios de año. Pero tenemos metas distintas, recorridos que no se cruzan. Y quién va a dejarlo todo por el otro. Creo que casi siempre pensé que yo lo iba a hacer... siempre luchando hasta el final. Pero, lamentablemente, creo que éste es el final.
-"..."
- Te amo y siempre lo he hecho. Me da rabia no pod...
-"Fedee no te pongas así. Si hay algo en lo que creo firmemente es en que si las cosas se van a dar, si tiene que pasar, el destino va a encontrar la manera de ponernos juntos. De verdad."

Mientras me secaba las lágrimas que aparecieron sin ser invitadas, la mujer del mostrador sí invitaba a los pasajeros a abordar. "Me tengo que ir" se juntó con un "buen viaje" y un "si estás en Caracas alguna vez, igual quiero verte" para finalizar la escena, junto a un último sollozo disfrazado de beso. Las puertas de vidrio se abrieron, su pase de embarque fue revisado y el momento, como la relación, como las esperanzas, como la ilusión, se iba. Unas escaleras mecánicas la llevaban hacia arriba, al cielo, a lo inalcanzable, al espacio de las memorias y los recuerdos, mientras yo, pasmado, permanecía apreciando la última mirada. Esa mirada de ojos azules que me cautivó desde el primer día. Subía, subía, subía... Subió. Y ya no estuvo más.

Hora de montarse en otro vuelo; éste -en el que viajé por tantos años esperando alguna vez aterrizar- acababa de cerrar todas sus puertas. 

Monday, October 31, 2011

Gotas escasas

Mientras ella discutía con su madre qué vía tomar para llegar al aeropuerto, yo desde el asiento trasero daba un último vistazo a la ciudad. Desde la primera vez que la vi, años atrás, me fascinó por algún motivo. Una urbe pensada desde cero, aupada por la industria básica y por el dinero que circularía en la región, sobresalía entre otras ciudades venezolanas. Limpia, organizada y planificada; descuidada y modificada en los últimos tiempos, Puerto Ordaz entra en mi top de metrópolis favoritas.

-"Mamma" - pronunciaba ella con el acento en la primera "a" y con énfasis en la segunda "m" (totalmente adorable) - "'¡por aquí no es!" - reprochaba preocupada, visto que la mañana, el trabajo, el vuelo, el carro de ella que se accidentó justo ese día y tuvimos que ir en el de su madre, la tensión del fin de semana y la hora de llegada se fusionaba en una sola frustración de no llegar a tiempo.

En el asiento delantero acordaban una nueva ruta a mi destino, entretanto mi mente empezó a divagar por algunos episodios de aquél particular viaje:

I
"¿Sabes tocar?" -me preguntó ella, sentada en el sofá junto a sus dos mejores amigas. Una le había dado la vida, la otra se la alegraba alegremente todos los días moviendo la colita. "Algo sé" - dije humildemente, mientras me acomodaba frente al piano y utilizaría la magia que sólo produce la música para deleitar a ella, su madre y a Mika. El piano crea un momento único e inusual, para el intérprete y para el oyente, donde se transportan los sentimientos, las emociones y las realidades hacia una simple armonía creada por madera, pedal, ébano y marfil. Años atrás me aprendí una de mis canciones favoritas de la película Amélie, la cual se adecuaba perfectamente a la ocasión. "Me encantó que tocaras eso" -me confesó luego con una sonrisa.

II
El sonido contínuo del silbato nos hizo separar, volteando a su llamado. Con un gesto imposible de confundir, el salvavidas nos pidió que no siguiéramos besándonos en la piscina de este club familiar. "Te lo dije, además aquí me conocen" -me reclamaba. Yo no me podía contener. Entre mis brazos, y en una especie de baile acuático, la seguí besando. Por lo menos hasta que el silbato volviera a sonar.

III
"Tengo algo que mostrarte". Y se levantó, llevándome de la mano, subiendo las escaleras hasta su habitación. Yo cerré la puerta, así como mis ojos a petición de ella. La sentí acercándose, lentamente, mientras yo avanzaba ciegamente hacia ella. Como siempre lo he hecho. Cuando abrí los ojos ya nos estábamos besando apasionadamente, aumentando el calor de esa ya acalorada -y querida- ciudad.

IV
"Te traje algo" - le dije, mientras apagaba el carro ya dentro de casa. "¿Es en serio?" -preguntó con una sonrisa en cara, conmovida por el detalle. Había comprado una máscara en Venecia, meses atrás, justo para dársela a ella. Junto con una flor de chocolate, le entregué los regalos que había pensado que le iban a encantar. Y así fue. "Gracias" y nos besamos nuevamente. Jamás olvidaré su cara cuando me vio salir del aeropuerto, ni el beso en el estacionamiento después de tanto tiempo sin vernos. "Mejor entremos, mi Ma ya sabe que estamos acá"-dijo mientras yo meditaba sobre el inmediato evento de conocer a su madre.

V
"¡Pero dime que esto no es nada! Que tu y yo sólo somos cualquier cosa, que esto no vale la pena luchar" -decía yo alteradamente, luego de una noche de baile, música y alcohol.
-"¿Y cómo vamos a hacer? yo no estoy en posición de renunciar a todo por tí. Y tú tampoco. Ahora vuelves a Italia y yo sigo acá."
"Tu y yo tenemos algo especial. Y no voy a dejar de luchar hasta que podamos estar juntos." - y en su cocina, luego en el sofá, y después en el cuarto discutimos. El plan inicial para ese fin de semana había cambiado varias veces de forma, desde ir a la playa hasta una cabaña, pero lo único que realmente me importaba era verla. Por eso fui, para estar con ella, conocer su familia, su pasado, su entorno. Y a nosotros. "Primera vez en la vida que un extraño viene a mi casa"- me decía en tono de burla. Y en tono serio también. Porque en el infinito tiempo que tuvimos en la universidad, no lo aprovechamos. Y ahora contamos con gotas escasas de momentos juntos, mientras no exista la posibilidad de poder decidir y cambiar. Ese fin de semana fue el mayor tiempo juntos que pasamos en los últimos dos años.

VI
El carro se detuvo justo en el acceso principal a las puertas de embarque, mis pensamientos volvieron a estar acorde a lo que recibían mis ojos. Hora de irse, recogí mis cosas y me despedí de su maravillosa madre. Aquella que en mi encuentro inicial intenté ser demasiado formal (no lo pude evitar), para terminar con un gran cariño mútuo. Me bajé agradecido y ella me acompañó hasta la fila de personas que estaban por abordar. De nuevo en una despedida, sin saber cuándo nos íbamos a volver a ver, y dónde y por qué (resulta que un mosquito nos tenía una sorpresa, pero ésa es otra historia). Un abrazo y un beso, una última mirada a sus bellos ojos, a todo su hermoso ser. Sí, lo confieso, no la quería dejar ir. Me declararé culpable cada vez, si quererla tener conmigo es todo un pecado. Se alejó de mí, mientras yo volvía a recoger mi mochila y me dirigía a embarcar. Sin embargo, antes de subirse al auto con su madre, se devolvió con el paso apurado hacia donde yo estaba. Casi corriendo, se acercó y me abrazó diciéndome las palabras que hicieron soltar mi bolso al piso nuevamente y poder tener un viaje más feliz y tranquilo -a pesar del miedo de la aerolínea con la cual viajaba.

Me abrazó y me dijo "Te quiero".

Wednesday, June 29, 2011

En el país del Nunca Jamás

-"¿Es en serioooooooo?" exclamó con mucho entusiasmo.
-"Pero por supuesto, ya lo tengo listo. Te paso buscando tipo 9?" respondí yo, con aires de tranquilidad y un poco de soberbia.
-"Síiiiiiii" - respondió, nuevamente emocionada.

Y colgamos el teléfono. Recién acababa de afirmar que tenía preparado un disfraz de Peter Pan para hacer juego con su disfraz de Campanita (el cual ella tenía desde hace días re-listo) e ir a una mega fiesta de disfraces.

Sí, me metí en un lío.

Eran pasadas las 5 de la tarde y, en Caracas, la mayoría de los negocios cierran a las 6 pm. Con la velocidad que la adrenalina, y la energía que ella me inyecta para hacer cosas fuera de lo común, busqué en toda mi casa algún tipo de prenda que pudiese hacer pasar las veces del niño que nunca quiso crecer. Misión fallida. Conseguí unos zapatos puntiagudos (es decir, un poquito más triangulares que cualquier otro, nada más) y una espada de juguete. Shit. A comprar algo, ajuro.

Pantalones color marrón, llaves de casa y acelerador a toda máquina salí en camino de un disfraz de Peter Pan. No sabía a dónde ir, la decisión tenía que tomarse en cuestión de segundos ya que, por la hora, sólo disponía de una oportunidad. Si no acertaba lo que iba a hacer, adiós Campanita. Así que llamé a mi mejor amiga que, a pesar de todas las bromas que le gasto por ello, es fanática de Disney como si todavía tuviese 9 años. "Telas"- me dijo al instante - "necesitas telas". Así que, telas it is. Llegué a un centro comercial recomendado por mi amiga, el cual poseía un par de tiendas textiles que me podrían ayudar, con toda la velocidad que mi vehículo podía permitir.

Habrán sido las 5:59 pm al entrar y correr por todas las tiendas. Descubrí casi al instante uno de esos lugares, así como descubrí también un gran letrero de "CERRADO". El coño de la suya. Seguí corriendo, tenía que haber otra tienda. TENÍA QUE. El reloj marcaba las 6:08 pm y ya mis esperanzas se desvanecían, al momento que vislumbro una tienda que pudiese o no ser de telas. Al acercarme, para sorpresa mía, me reciben con un gran "¡hoooola!" - mi frente arrugada y el ceño fruncido - "tiempo sin verte". La hermana de un gran amigo mío, a punto de salir de una tienda de: TELAS. La saludo con muy poco entusiasmo comparado al gigantesco deseo que tenía de entrar a la tienda. Con un drible en la conversación, logré entrar en la tienda y convencer al dueño de que por favor, POR FAVOR, me deje comprar antes de que cierre plenamente. Compasivo, me permitió -y me ayudó muchísimo en la elección- a comprar un par de telas verdes. Muchas gracias, de verdad. Hasta luego.

Bien, conseguí las telas. El reloj ya no marcaba la hora sino un rotundo -120 min. Ése era el tiempo que tenía para armar un disfraz desde cero. Corrí nuevamente hasta la casa de mi amiga fanática de Disney y comenzamos a trabajar. Desde el diseño hasta la construcción. Cortando y cortando, el reloj disminuyendo cada vez más, probando y desprobando. No era tarea fácil. Alrededor de las -45 min, di unas vueltas por su casa y conseguí una correa perfecta para la ocasión. Bien. Seguimos. Este corte se une con este otro. Las mangas. Coño. Se caen. Engrapa. El gorro. Coño, otra vez las mangas. Más grapa. Y teipe. Y pega. Ok. A ver...

Sí. Estaba listo. La hora marcaban ya las +50 min, la del polvo mágico (esto no se debe malinterpretar, mucho cuidado) esperaba tranquilita en su casa por mí. Me vestí, zapatos, correa, espada, mangas, gorrito. Estaba listo. Era Peter Pan. Y Campanita, voy por tí.

De más está decir que la noche fue mágica.

Sunday, March 27, 2011

Perfecto

Estabas en tu recámara hablando por teléfono, a oscuras, como el resto de la casa. Por alguna razón teníamos todas las luces apagadas y te habían llamado, desde otro país, justo después de haber hablado conmigo un rato. Me paseé por tus cajones, tu nevera, tu alacena, tu comedor. Tu ausencia.

Te escribí un mensaje secreto en uno de los papelillos de la nevera, con algún tipo de tinta que no manchaba y no dejaba rastro alguno. Nunca lo leíste, pero está bien. Seguía esperando, como lo sigo haciendo. Aún no salías, qué tanto hablarías. Sabía perfectamente con quién mantenías la conversación, no me importaba. Para mí no había otro. No lo hay, por más que lo hubiera. No existe, por más que quisiera.

Finalmente te decidiste. Abriste la puerta y te acercaste, con una sonrisa brillante en las penumbras de tu hogar. Mi izquierda se unió con la tuya, tu derecha se juntó con la mía; nos agarramos de ambas manos, frente a frente. Subí lentamente desde tu muñeca, suavizando el roce con tu piel, tus brazos, en las antípodas de los míos, para llegar a esa maravillosa T que se forma entre tus hombros. Levemente recorrí el sendero esternocleidomastoideo hasta tu cara, blanca, roja, azules, tus ojos. Mis manos se unieron en la parte de atrás de tu nuca, palma con mejilla, rostro con rostro. Dejaste de sonreír, dejamos de fingir. Las palabras no fueron necesarias. Nos besamos. En plena noche de aquél día cualquiera, nos besamos como nunca. Con pasión y con amor, sólo que no lo sabíamos. Si hoy día pudiésemos recrear esa escena, el final sería distinto. Pero la trama, ¡Ay la trama! qué delicia de contenido, qué recuerdo tan vivo. El recuerdo de un beso perfecto. Nuestras manos no paraban de bailar, junto con nuestras lenguas. Un baile alegre, romántico y melancólico, que nos invitaba a la obra maestra. La evadimos. La evadiste. A partir de ahí, el declive de una etapa. Por niños o por inocentes, pero sellada acordemente con un beso.

Tuesday, March 15, 2011

Suerte

Chipi siempre ha tenido mala suerte. Desde que éramos pequeños, todos los accidentes habidos y por haber le ocurrían a él; si montábamos bicicleta, él salía volando por los aires para terminar con alguna fractura; si jugábamos hockey (con patines), a él le reventaban sin culpa un diente. En fin, pudiésemos estar sentados sin hacer nada y su silla se rompía una pata porque sí, así le tocó esta vida. Mala suerte, pero buena también porque siempre seguía adelante.

Esa Semana Santa cuadramos un grupo de 9 camionetas para ir a la Gran Sabana. Jamás en mi vida había ido a pesar de varias invitaciones, y decidí que ya era hora. Chipi recién se había comprado "una machito" y, junto a mi amigo Gustavo, completamos el carro #4 de la caravana.

Al 5to día de lo que había sido un excelente viaje (aún así, lo fue), Gustavo y yo decidimos cambiarnos de carro en uno de los trayectos, sólo por joder. En nuestro lugar, dicho sea la camioneta de Chipi, se montaron 3 mujeres del grupo. Nos adentrábamos hacia Kavanayén para ir directo al Aponwao. El camino era de tierra y había llovido horas antes.

Como es de esperarse, la camioneta de Chipi se volteó. Y no fue de lado, sino hacia adelante. Un evento muy poco probable y que sólo ocurriría bajo ciertas condiciones. Gracias a Dios a nadie le sucedió absolutamente nada, las mujeres quedaron sólo con un trauma. Nuestra machito asumió todo el golpe. El capó del carro quedó destrozado. Con mucho esfuerzo logramos voltearla de nuevo y encenderla. Había que regresarla en grúa y, no hace falta mencionar, los 3 integrantes de ese auto no cabíamos en la grúa.

Luego de un par de horas de decisión, Chipi se fue con su grúa destino Caracas. El resto de la caravana se dividió (unos siguieron el viaje -no eran muy amigos nuestros- y otros se devolvieron a Caracas también); Gustavo y yo nos teníamos que devolver en autobús. Desde Puerto Ordaz.

Por razones de la vida, nuestro ticket de vuelta salía a las 9 de la noche y llegamos a la ciudad a eso de las 11 am. Éramos 2 caraqueños en una ciudad desconocida, así que nos fuimos al Orinoquia, centro comercial recién inaugurado. Sí, son nueve horas completicas las que pasamos ahí. Fuimos al cine, compramos, comimos, leímos, descansamos, alquilamos unos vehículos para dar vueltas por el C.C. e hicimos carreras, comimos de nuevo. Y etcéteras, muchas etcéteras.

Durante esas 9 horas, en un centro comercial de Puerto Ordaz, a 591 kilómetros de Caracas, sucedió algo increíble: la vi. Allí estaba, la niña que cautivó mis ojos, la misma rubia hermosa de la universidad, en ese mismísimo centro comercial. Y venía en mi dirección. Me vio, me saludó, sonrió. Era increíble encontrarse con ella en ese lugar, qué probabilidades existían. Bella, como siempre, se interesó sobre nuestra situación y ofreció ayuda. "Está todo bien"-le dije- "ya en un par de horas sale nuestro autobús". Hablamos un poco más y la acompañé a devolver unos zapatos en una de las tiendas (a este punto me conocía la locación exacta de todas los negocios del centro comercial). Le pedí el teléfono con la excusa de, si sucedía algo, tendríamos a donde acudir. Ella amable e inocentemente aceptó. Nos despedimos y yo quedé con 11 valiosos números en mi celular que nunca más borré.

Al final, agradecí a Chipi por su mala suerte.

Saturday, January 1, 2011

La última vez

Siempre me había impresionado de lo calmado que soy para los exámenes. Más bien, de lo nervioso que se ponían mis compañeros. La presión, la inseguridad, el correr de un lado a otro, no saber que hacer, la espera, la angustia. Nada de eso invadía mi estado de tranquilidad. Mucho menos si estaba preparado para la prueba, que sucedía de cuando en vez.

Pero ese día las manos me temblaban al manejar.

Había salido de mi casa sin saber exactamente qué iba a pasar, qué le iba a decir. Mi mente, como mis expectativas, en blanco. Seis meses sumaba la cuenta, seis meses desde Moscú que no nos hablábamos. Ella me había escrito un par de correos, yo le había escrito un par de bofetadas. Para ella y para mi. No había sido fácil.

Toqué el timbre, luego de estacionar a lo lejos y caminar hasta la puerta de su casa -con ganas de regresarme corriendo- hecho un manojo de nervios. Ahí estaba, parado, en el mismo lugar donde tantas otras veces estuve 3 años atrás. Donde le había llevado sorpresas, canciones, salidas y emociones. Tanto tiempo ha pasado, tan poca fortuna hemos tenido.

Abrió la puerta lentamente. Por un momento se paralizó, con cara de haber visto un fantasma, caminó hasta donde estaba. Sin pensarlo, sin anunciarlo, nos dimos un abrazo. El abrazo más fuerte y sincero que alguna vez nos dimos y que hablaba por si mismo. Ya lo que había pasado quedaba atrás, no importaba. El ahora era más fuerte, el momento en el que nos veíamos. El solitario momento en estos años de distancia.

Habrán pasado horas, días enteros, sin pronunciar palabra alguna en ese abrazo. La eternidad parecía atractiva si sucedía de esa manera. "No puedo creer que viniste" -dijo finalmente mientras le acariciaba su pelo. "Jamás lo hubiese imaginado" - y nos separamos lo suficiente para vernos a los ojos. Aguados, ambos pares, mirando fijamente al reflejo azul presente justo en el glóbulo opuesto. La mirada, la sonrisa involuntaria, la caricia de las manos. Hablar no depende de las palabras.

"Gracias"
-¿Por qué?
"Por hacerme sentir menos culpable, por hacerme sufrir todos estos meses. Ahora estamos a mano, o mucho más cerca de estarlo".

Mi mano escapó hasta su rostro, pasando por la mejilla, deteniéndose en su cuello. Sus labios ya estaban en los míos desde hace años, pero ahora volvieron a unirse en un calzado perfecto. Suave primero, intensamente después, nos besamos para siempre.

En nuestros recuerdos quedará ese último encuentro. Luego, ella volvió a su ciudad. Luego, yo volví a la mía. Y luego, estaremos separados nuevamente hasta quién sabe cuánto y quién sabe por qué. Comienza un nuevo año y continúa esta historia, que no tiene fin, ni principio, ni siquiera desarrollo. Sólo protagonistas.

Friday, December 17, 2010

Estrella viajera de mundos lejanos

En un pasillo, lleno de estudiantes que recién acababan de ingresar a la universidad, apoyada contra la pared mirando hacia el piso. Con su mano izquierda se paseaba los dedos a través del collar, ese que sólo tenía una letra, mientras esperaba que llegara la hora de comenzar clases. Estaba sola.

"Viene desde el interior", me comentó en seguida una de las personas con quien estaba. Debo haberme quedado fijado en ella, porque ni había preguntado. Era hermosa. Cabello rubio, largo, de esos de princesas de cuentos de hadas. Ojos que realmente podías llegar a ver su alma, de un azul que brilla cuando está lleno de felicidad y revienta cuando le invade la tristeza. Cara redonda, de bebé, piel suave y blanca y algo rojiza -eterno trauma del sol en estas pieles. Y la boca, ¡ay! la boca. El paraíso de los besos, el infierno de las tentaciones. Hubiese pasado mi vida entera besando esa boca.

"Preséntamela"-dije sin pensar. No tenía idea de qué decir, pero tenía que conocerla. Niño, yo. Con algo más de 18 años, con muchas más penas que glorias en el amor, me atrapó en seguida su belleza. De seguro no era el primero que la notaba, pero sentí algo especial. Sin conocerla, pero lo sentí. "Luego de salir de clases"-me dijo su amiga- "vamos y te la presento". A la mierda, qué nervios. Pasé toda la clase pensando en la salida, sin poner cuidado a los teoremas y enunciados que se dibujaban en pizarra.

"Estrella viajera de mundos lejanos, eso significa mi nombre" - dijo mientras caminábamos al otro edificio donde veríamos clases- "Se escribe con K y luego una C, por eso es que mi collar tiene la K, me identifica". Fue la primera pregunta que le hice, la del collar, después de habernos introducido y haber caminado unos minutos en silencio. Y ahí mismo terminó la conversación, ya que cada quién tenía que ir a su clase. Pensé en el significado de su nombre, lo que ella me había explicado. Sin duda venía de otro mundo, lejano, pero nunca pensé que el término "viajera" iba a ser tan determinante en esta historia.

Ese fue el primer día en que la conocí.